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El SARS-CoV-2 ha obligado a todos a adaptarse a nuevas maneras de producir, de trabajar y de relacionarse. Algunas, como los planes de contingencia de los hospitales, se han guardado en un cajón con la esperanza de no tener que sacarlas nunca más. Pero en otros casos "la pandemia nos ha enseñado no solo lo que tenemos que hacer, sino también lo que tenemos que dejar de hacer", comenta Isabel Amat, Global Head of Innovation and Pipeline Management de Reig Jofre.

Con un ojo puesto en las vacaciones y otro en los rebrotes que van surgiendo en todo el territorio, hablamos con diferentes agentes de la BioRegión para saber cómo ha afectado la pandemia a su actividad y, sobre todo, qué esperan que hayamos aprendido si -sea dentro de 15 días, 3 meses o 10 años- todo vuelve a empezar.

 

Gestión del equipo

La idea de irse de la oficina un jueves por la tarde y que la taza de café de la mesa acabe generando vida propia nos ha cogido por sorpresa. A Alexander Fleming le salió bien porque dicen que así es como descubrió la penicilina, pero en el caso actual ha borrado de un día para otro toda relación directa con los compañeros. "Se pierde la parte de espontaneidad que nos da el hecho presencial, pero por otra parte empodera los equipos, genera confianza", reconoce Amat.

"El primer reto fue mantener el equipo cohesionado y motivado mientras trabajaba en un entorno emocional no muy propicio", explica José Luis Cabero, CEO de Aelix Therapeutics. "Al principio había un aspecto romántico, porque nos veíamos más a menudo a través de las plataformas y esto tuvo un efecto interesante en amalgamar el equipo, pero después vinieron los desafíos, porque con el paso del tiempo todos entramos en una fase de mayor sensibilidad", añade. En ese momento decidieron poner en marcha iniciativas para estimular el equipo mediante reuniones semanales más personales: cada uno podía expresar cómo se sentía y estaba gestionando la situación a nivel personal, y se compartían propuestas de música, libros y entretenimiento en general. "Paradójicamente, nos hemos conocido mucho más virtualmente", indica Cabero.

Una situación muy distinta a la del equipo de Laura Lechuga, jefe del Grupo de Nanobiosensores y Aplicaciones Bioanalíticas del Instituto Catalán de Nanociencia y Nanotecnología (ICN2), que lidera el proyecto CONVAT para desarrollar un nuevo dispositivo basado en nanotecnología biosensora óptica que permita la detección del coronavirus en unos 30 minutos. El suyo fue el único grupo del centro que no se confinó, porque el 2 de marzo les notificaron la concesión del proyecto y el 10 ya comenzaron a trabajar. "Hemos trabajado con mucha presión, exposición mediática y estrés, y en unas condiciones muy extrañas de seguridad, sobre todo en los primeros momentos en que estábamos solos y teníamos que extremar precauciones cuando aún no había nada claro", relata. Por otra parte, gracias a la nueva financiación su grupo ha crecido de 12 a 17 personas durante la pandemia. "He podido contratar y retener talento de Cataluña. Eran personas preocupadas por si en las circunstancias actuales encontrarían trabajo, así que para ellos no solo es una oportunidad muy interesante, sino que ha sido un alivio ", comenta satisfecha.

 

Nuevos proyectos, también en estado de alarma

El de Lechuga no es el único ejemplo de las oportunidades que pueden surgir (también) en tiempos de pandemia. "Nosotros hemos creado una empresa en mitad de la crisis", expone Luis Serrano, director del Centro de Regulación Genómica. La firma fue durante la primera semana de confinamiento y de allí surgió la spinoff del CRG Pulmobiotics, con 2 millones de financiación de Invivo Capital, para desarrollar vacunas y tratamientos para enfermedades respiratorias. El estado de alarma hizo que todo se retrasara un mes, y el equipo se incorporó al trabajo el 1 de junio. "Si hubiera sido una startup ya en marcha y el parón hubiera llegado a los 9 meses, hubiera sido peor", concede Serrano.

Por su parte, Amat confía en los resultados positivos del ensayo iniciado este julio con el probiótico Manremyc, fruto de la empresa homónima fundada en 2013 para desarrollar y comercializar el bacilo M. manresensis inactivado para la protección contra la tuberculosis. Reig Jofre es promotora del ensayo, que evaluará la capacidad del complemento para reducir el riesgo de infección por SARS-CoV-2 y la progresión de la Covid-19 en un colectivo de 300 profesionales de la salud con alta exposición al virus. El objetivo es comprobar si Manremyc, creado a partir de la investigación de la Unidad de Tuberculosis Experimental del Instituto de Investigación Germans Trias i Pujol de Badalona, ​​puede ayudar a generar una respuesta antiinflamatoria a nivel pulmonar.

 

Pico de pandemia... y de trabajo

"A nivel institucional, el mayor impacto es que hemos tenido más trabajo que nunca", comenta Josep Maria Martorell, director asociado del Barcelona Supercomputing Center. Según él, han tenido muchas peticiones de proyectos de duración más corta, dada la urgencia de la situación, pero a la vez más intensos, por lo que la mitad del tiempo de dedicación del supercomputador se ha destinado exclusivamente a proyectos relacionados con la Covid-19. "Nunca un solo tema había concentrado tanto tiempo de solicitud computacional en un periodo de tiempo tan corto", afirma.

El CRG también experimentó un pico de actividad debido al SARS-CoV-2, al participar en el programa Orfeu del Govern para el cribado masivo de la población. Serrano destaca el esfuerzo de montar desde cero un programa para realizar 4.000 tests al día, materializado gracias al "compromiso de investigadores predoctorales y postdoctorales que trabajaron noches y fines de semana para ponerlo a punto".

Y desde Reig Jofre, Amat explica que tuvieron que retomar la producción de medicamentos esenciales que se habían dejado de hacer porque se habían pasado a comprar a proveedores asiáticos, como el sedante Midazolam o el antibiótico cefalosporina. "Por suerte, teníamos una industria que ha podido dar respuesta", señala, antes de añadir que la crisis ha demostrado que "la agilidad y la flexibilidad" han sido claves para poder tener capacidad de reacción y facilitar la gestión de la pandemia.

Pero quizás quien más ha sufrido, en el sentido literal de la palabra, las consecuencias de la pandemia han sido los profesionales sanitarios. "Como médico, ha sido una experiencia que espero que no se repita", expresa Rafael Máñez, jefe del servicio de Medicina Intensiva del Hospital Universitario de Bellvitge, que lidera desde el Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (IDIBELL) uno de los proyectos financiados por la Dirección General de Investigación e Innovación en Salud de la Generalitat para identificar un potencial fármaco que facilite la actuación de los anticuerpos neutralizantes contra el SARS-CoV-2. La UCI de su hospital pasó en 2 semanas de las 68 camas habituales a 124, de las cuales 108 se destinaron a personas en estado crítico o muy grave. "Elaboramos varios planes de contingencia, que contemplaban varias etapas, pero a partir de la segunda semana de marzo teníamos que ir directamente a la última etapa", relata.

 

Vencer las adversidades

El impacto del virus fue diferente también en función del tipo y el tamaño de la institución. La investigación del BSC no se vio afectada porque tienen una manera de trabajar "singular", dice Martorell, pero sí que generó dudas sobre las obras para el nuevo edificio que debe albergar el MareNostrum 5 en 2021. Después de algunas semanas de parada, Martorell confirma que "habrá supercomputador el 2021". "La Comisión Europea enseguida decidió que todo seguía adelante, salvo de lo físicamente imposible, y desde los Gobiernos de España y Cataluña se aprobaron medidas presupuestarias durante el confinamiento", explica.

Por su parte, Serrano indica que el CRG permaneció abierto para actividades esenciales como el mantenimiento de animales o experimentos críticos, aunque el mayor golpe se ha visto en el "agujero de facturación" de los servicios científico-técnicos, después de la parada de 3 meses. "Agosto será un mes más hábil de lo habitual, para recuperar la actividad de los servicios", justifica.

A Aelix la pandemia la pilló en un momento "muy delicado" de dos ensayos clínicos de su vacuna contra el VIH. Por un lado, establecieron un servicio de enfermeras especializadas en ensayos clínicos para poder tomar las muestras fuera del hospital y así minimizar el riesgo de exposición. "Pero al mismo tiempo nos encontramos con que no teníamos suficientes equipos de protección y la posibilidad de adquirirlos era nula", explica Cabero. La solución vino de empresas e instituciones "amigas" que les cedieron parte de su stock y que permitieron en la mayoría de casos continuar con el plan establecido inicialmente.

 

Viendo el lado positivo

Pero entre planes de contingencia, confinamientos, agujeros económicos y estrés, ¿hay lugar para el positivismo? También. "Un mes en casa leyendo y pensando no va mal; a veces va muy bien parar para reflexionar", contesta Serrano. Muchos de los entrevistados coinciden en que el virus ha servido para demostrar que tal vez viajamos más de lo necesario. "En las reuniones virtuales se pierde el contacto con el público, la discusión es menos directa que presencialmente, pero una vez te acostumbras es casi igual que antes. Y ahorras tiempo, dinero y emisiones al medio ambiente", reflexiona Lechuga.

La misma investigadora remarca otro efecto secundario positivo de la pandemia: "Es la primera vez que se le pone nombre y cara a los científicos", asegura. Un hecho debido a la ingente cantidad de información que ha circulado por internet y los medios de comunicación. En este ámbito, el del periodismo, pone la cara y la cruz. "Ha habido periodismo muy serio y profesional, y de otro de un nivel bajísimo. Al no haber una formación científica, a veces otorga credibilidad a ciertas cosas por desconocimiento. Necesitamos incrementar la formación científica", opina.

La guinda del pastel la pone Cabero, que rompe una lanza en favor de la reacción de la comunidad científica. "Nunca en la historia se había dado un desarrollo así: conocer la secuencia de un virus el 10 de enero y, 6 meses después, tener al menos 18 vacunas en desarrollo clínico y 3 o 4 empresas desarrollando anticuerpos monoclonales. La respuesta de la comunidad científica y clínica y de los actores financiadores ha sido extraordinaria. Cuando hay recursos y necesidad, es increíble lo que se puede conseguir ", exclama.

 

Lecciones de pandemia

Con todo, el primer semestre de 2020 nos deja lecciones que no olvidaremos nunca. Entre ellas, una máxima que tanto Lechuga como Martorell enarbolan con las mismas palabras: "De esta solo saldremos con ciencia". Un mensaje que Máñez extiende no solo hacia el futuro, sino también hacia el pasado. "Si hubiéramos hecho más investigación en SARS-CoV-1 es muy posible que ahora tuviéramos más herramientas. Pero los investigadores nos movemos mucho por modas, porque es la moda la que marca que tengas acceso a los fondos", denuncia.

Una realidad de la que la industria no está exenta. "Si se hubiera invertido más en industria manufacturera local todo hubiera sido más fácil", constata Serrano, que ironiza: "Los beneficios están bien, pero enviar todas las empresas a China no es maravilloso". Una idea con la que coincide Amat. "El driver de este país es el precio, no potenciar la industria. Y tener una industria farmacéutica fuerte es esencial porque da capacidad de reacción y facilita la gestión de las pandemias, sin estar pendientes de mercados lejanos", señala al tiempo que pide un "compromiso de la Administración" con la industria local.

Lechuga aboga también una reflexión conjunta de todos los actores del ecosistema. "La investigación aplicada y tecnológica está volcada en publicar, más que en hacer productos sólidos que puedan llegar al mercado -explica-. Llevamos muchos años desarrollando tecnologías rápidas, y hasta ahora el sector era reticente, cuando ahora se ha visto que el diagnóstico es un impresionante cuello de botella en la gestión de la pandemia", asegura. Martorell añade: "La gente se piensa que un test de diagnóstico se compra en un supermercado, y se trata de dispositivos altamente tecnológicos que existen gracias a avances científicos. Las cosas más simples, que la gente considera que son habituales y normales, existen gracias a la ciencia y la tecnología".

 

Esperar lo mejor, prepararse para lo peor

La opinión mayoritaria es que, independientemente de cuánto dure la crisis del SARS-CoV-2, en algún momento llegará otra. Y sea antes o después, habrá que estar preparados si no queremos que nos lleve a otra crisis. Lechuga, que integra el grupo de trabajo multidisciplinar que asesora al Ministerio de Ciencia e Innovación del Gobierno Español, aboga por un cambio drástico en el sistema de I+D en España y advierte de que "el plan de choque del Gobierno se queda corto". "Dando 50 millones no se solucionan 10 años de recortes", confirma Serrano. "Espero no tener que tener más discusiones en un futuro con los gobiernos sobre cómo se debe financiar la ciencia", reivindica Martorell, que abre un nuevo frente de debate con la Administración: el uso de los datos. "Desgracias como ésta nos tienen que servir como oportunidades para que la Administración pierda el respeto que tiene al uso de datos para el bien común. No puede ser que la idea de utilizar los datos de movilidad para ver cómo se desplaza la pandemia genere rechazo y luego seamos tan generosos con Google y Amazon", asevera.

Todos esperan y desean hacer vacaciones este agosto. En Cataluña, las islas u otros lugares de la península. Cerca y seguramente no muchos días, pero necesarios para desconectar y coger fuerzas para el otoño -y quién sabe si más allá- que se acerca. Para ellos, la nueva normalidad es el SARS-CoV-2, también en el trabajo.

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