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¿Qué es lo que nos hace propiamente humanos? Este es el punto de partida del debate 'Natural Selection in Humans: Understanding our adaptations', organizado conjuntamente por B·Debate –una iniciativa de Biocat y la Obra Social “la Caixa”– con el Instituto de Biologia Evolutiva, un instituto de investigación mixto del CSIC y la Universitat Pompeu Fabra (UPF). El 17 y 18 de julio científicos internacionales se reunirán en el Palau Macaya para intentar entender las bases genéticas de nuestra singularidad como seres humanos y la diferencia entre grupos de poblaciones.

Hay características propias de la especie humana. Algunas de estas son el lenguaje, las capacidades cognitivas y el hecho de caminar erguidos. Pero, ¿cuáles son las claves biológicas que se esconden detrás de estos rasgos propios de los seres humanos? Todos estos elementos distintivos de nuestra especie se deben a unos genes que han sido potenciados por selección natural durante miles de años.

Por ejemplo, los humanos y los chimpancés compartimos un 99% de la parte del genoma directamente comparable o que se pueda alinear. Aunque un 1% pueda parecer poco, este porcentaje se traduce en un mínimo de 30 millones de diferencias genéticas entre especies, y eso implica un campo muy amplio de estudio científico. Hasta entre un humano y otro hay 3 millones de diferencias de base genética.

Las alteraciones genéticas que nos hacen humanos

Los humanos modernos aparecieron hace unos 200.000 años en África, desde donde se diseminaron hace 100.000 años en diferentes zonas de todo el planeta, desde regiones tropicales hasta lugares con mucha altitud a los que se han adaptado durante miles de años. Los científicos han descrito diversas adaptaciones evolutivas que nos definen como especie. Dentro de eso los seres humanos tenemos diferentes variantes genéticas que nos permiten adaptarnos a nuestro entorno. Un ejemplo son los individuos que viven en grandes altitudes y que son capaces de sobrevivir con menos oxígeno. Otro ejemplo son las poblaciones actuales con genes de resistencia para determinadas enfermedades como la malaria (hasta ahora los investigadores han identificado unas 8 mutaciones en genes diferentes que nos ayudan a vencer la malaria) o las poblaciones inuit de Canadá, Alaska y Groenlandia adaptadas a una alimentación alta en grasas porque el pescado está muy presente en su dieta.

Pero estas no son las únicas alteraciones adaptativas. Los seres humanos somos los únicos  mamíferos que seguimos alimentándonos con leche animal durante la vida adulta porque somos capaces de romper las moléculas de lactosa y aprovechar los nutrientes, sobre todo las grasas. Este rasgo surgió hace 5.000 años y se preservó porque supuso una ventaja selectiva muy grande, como por ejemplo en situaciones de falta de alimentos.

 

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